El deseo de vivir en un escenario
de mejor y justa sociedad, es cada vez más turbio en nuestros tiempos, el entorno
político nos muestra una realidad totalmente incoherente, ¿acaso estamos
obligados a convivir con ella?
La tan pregonada expresión de libertad,
independencia,
democracia,
equidad,
pareciera que se traducen solo en el libertinaje, dependencia,
dedocracia,
desigualdad.
Una reflexión histórica es preguntarnos. ¿Qué tipo de sociedad estamos dejando
para nuestras futuras generaciones?
Hay quienes sostienen, que
nuestra incierta realidad, se resuelve con el crecimiento económico, para otros en la famosa meritocracia y desatinadamente incluso en el asistencialismo,
propias de un sistema tradicional. Sin embargo, nuestro país es poseedora de
una gran riqueza natural, que requiere de un estado promotor e innovador.
Mientras las tendencias se
muestran soberbias, estamos cada vez más ajenos a invertir en nuestras
posteridades, seguimos sin entender que la familia es la célula básica en la
formación del futuro ciudadano y del capital humano, a quienes debemos procurar
mejores condiciones de vida, el cual nos cuesta asumir enteramente.
No será posible superar este
agudo problema de desigualdad de oportunidades, si no se enfrentan dificultades
previsibles,
cuya constante se manifiestan en el descuido ambiental, exorbitantes gastos públicos,
derroche indiscriminado de fondos, educación como negocio, populismos, politización, etc. Muy lejos a la práctica de
la honestidad. ¿Hemos
aprendido a vivir en sociedad?